21 abril, 2005

Sabado epico

Hay que agradecerle a Ana que no dijera nada hasta el último momento, porque si lo hubiera dicho con tiempo, no creo que lo hubieramos hecho. Y es que ya llevabamos unos cuantos años con la tontería, que si este fin de semana, que si el otro... yo empezaba a pensar que acabaría siendo otro de los planes que jamás armaríamos como irnos de vacaciones a la Cerdanya o a Sant Pol...

En fin, que ayer para mi propia sorpresa conseguimos ir a comer calçots. Espero que los padres de Gilles lo pasaran bien, porque debe ser bastante chocante que el primer día de tus vacaciones en España, unos amigos de tu hijo te lleven al medio de la montaña, te planten un babero y una fuente a rebosar de cebolletas a la brasa. Pero no adelantemos acontecimientos.

Fuímos a comer calçots (no es que quiera dar envidia a nadie, es que todavía no acabo de creerlo). Echamos de menos a Ana, pero supongo que los calçots no son lo más adecuado para ella en estos momentos. Así que a las 11.15 pasamos a buscar a Lola que, muy gentilmente por su parte había renunciado a su visita al mercado de Tortosa para unirse a nosotros. A las 11.45 llegamos a la estación de Gracia de Ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya donde nos reunimos con Silvia y Sam. No es necesario incidir en el detalle que esta vez fuímos muy puntuales.
Ya en Sant Cugat, nos encontramos con Jimena, Gilles y los padres de Gilles y, finalmente con Roger, que llegó cariñosamente tarde.

Así pues, emprendimos el camino, cruzamos una parte del bosque y, llegamos. En este momento de nuestra crónica, creo que lo más conveniente será respetar la ausencia de Ana y no narrar aquella hazaña: aquel sabor, aquel color, aquellas fuentes incansables que no dejaban de llegar, las mareas de salsa, los chorretones, baberos, porrones de vino, las fotos, los macarrones, las bandejas de carne, la butifarra, las patatas fritas, el sorbete de limón, la mel i mató, la crema catalana, cafés? no, gracias, mejor carajillo de Bailey’s... y todo en el tiempo record de dos horas y media.

Exhaustos tras la aventura, decidimos volver a la civilización. Lentamente deshicimos el camino. Nadie nos esperaba para cenar, ni siquiera nosotros esperábamos cenar. Los padres de Gilles parecían contentos y no demasiado desconcertados. ¿Qué estarían haciendo Ana y su ortodoncista?

calcotada